Por: Alex Guerra Noriega
Opinión
El 7 de enero se firmó el Pacto Ambiental en Guatemala 2016-2020, durante un evento en el Palacio Nacional al que asistieron numerosos invitados de alto nivel. Cuando se planteó el proceso de elaboración del pacto, parecía una tarea demasiado ambiciosa del gobierno de transición. Sin embargo, se logró elaborar a través de discusiones sostenidas entre distintos sectores del país.
En primer lugar, el pacto es reflejo de que el deterioro ambiental es un tema importante para la sociedad guatemalteca. Según el contenido del documento base, los temas que causan mayor preocupación son el estado del agua, la deforestación y pérdida de diversidad biológica, los desechos sólidos, la producción sostenible y los impactos del cambio climático. Asimismo, aunque posiblemente la población general no esté preocupada o consciente del tema de la misma manera, también se abordó la gestión ambiental, que incluye la reglamentación ambiental y procesos administrativos. En esto último, se habló sobre la importancia de incentivar y facilitar las acciones para mejorar el ambiente y no sólo prohibir y penar las acciones negativas.
Otro aspecto importante que se reflejó en el proceso de elaboración del pacto es que sí es posible que discutamos y converjamos en las soluciones ante la problemática. Aunque el primer taller fue de señalamientos y desahogos, la tendencia en los otros talleres fue dialogar con mayor tranquilidad hasta darnos cuenta de que, en general, estamos de acuerdo en lo que se necesita hacer. Un ingrediente importante para hacer realidad el pacto es el pragmatismo y también la conciencia de que los retos son grandes y requieren de procesos de muchos años. Los países que han logrado revertir el deterioro ambiental han requerido décadas y financiamiento significativo. Es necesario también reconocer que cualquier actividad humana a nivel personal, familiar, comunitario, sectorial o nacional, necesariamente tiene un impacto negativo sobre el ambiente y que solamente podemos reducirlo, no eliminarlo.
Algunos vemos el Pacto Ambiental como parte del proceso de construcción de una nueva Guatemala. Aunque no hay certeza de que las autoridades que tomaron posesión el 14 de enero lo vayan a adoptar, definitivamente fue un proceso positivo al que daremos seguimiento los sectores firmantes. Fue también reconfortante darnos cuenta de que están en marcha numerosas iniciativas impulsadas por pueblos indígenas, organizaciones no gubernamentales, cooperación, la academia y el sector privado. La nueva Guatemala requiere que sigamos dialogando y trabajando juntos por una mejor calidad de vida.